miércoles, 19 de octubre de 2011

CUANDO LA VIDA SE TORNA EN UN DESIERTO...ALGO IMPACTANTE ESTA EN CAMINO


¿QUIEN NO HA PASADO UN DESIERTO ESPIRITUAL?

Salmos 30: 5 “Porque un momento será su ira, Pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría.”



Un momento de esos en donde te sientes solo, en donde por una extraña razón parece que Dios se ha alejado de ti, por más que clamas no logras sentir su presencia ni mucho menos escuchar su voz.


Y es que todos hemos pasado por un momento como esos, a esos periodos de aparente silencio se le denomina en el lenguaje popular cristiano como: “desiertos”.


No podemos evitar que lleguen en algún momento de nuestra vida, pueda que en este mismo instante tu este pasando por uno de ellos y sin dudarlo estoy seguro que quieres que pase lo mas antes posible.


Los hombres que marcaron historia en el ayer tuvieron que pasar por largos desierto antes de poder ser usados en manera tremenda por Dios. Vemos a un Moisés un hombre con carácter tan fuerte que fue capaz de matar a un egipcio cuando vio que maltrataba a su pueblo israelita. Dios permitió que Moisés se fuera al desierto por cuarenta años antes de utilizarlo como el caudillo libertador de su pueblo.


En medio de esos desiertos y de esos 40 años Dios pulió a Moisés, lo capacito para que llegara a ser el hombre más manso sobre la faz de la tierra, y con ello un instrumento listo para ser usado por el Señor de Señores.


David un hombre conforme al corazón de Dios, tuvo que pasar por un desierto terrible, en donde por varios años Saúl anduvo persiguiéndolo para matarlo, ¿Imagínate después de ser ungido como futuro rey de Israel, pasara por varios años escondido de Saúl para que no te fuera a matar?, pareciera ilógico pensar que Dios venga y prometa algo y pase todo lo contrario. Pero así es la vida espiritual, hay etapas en las que tienen que pasar esa clase de situaciones para que podamos ser moldeados y quedar como un producto terminado tal y como Dios lo necesita.


David fue un hombre que en medio de sus desiertos escribió los mejores Salmos que hoy en día podemos disfrutar. Y es que no podemos negar que en medio de esos desiertos es cuando nuestro corazón está más sensible a ser ministrado por Dios. ¿Vez como es necesario que hayan desierto en nuestra vida?


Elías el profeta de fuego, tenía el don de clamar y que Dios respondiera en el momento, Dios hizo milagros sorprendentes a través de la vida de Elías, pero eso no es motivo para que también pudiera pasar por un desierto en su vida. Al ser amenazado por Jezabel, Elías paso el momento más difícil de su vida, pero en medio de su desierto espiritual Dios lo alimento y lo cuido. Y es que pueda que estés pasando por un momento de esos en los cuales tu alma esta abatida y afligida, pero no dudes que Dios enviara a sus cuervos para alimentarte y te permitirá descansar para recobrar las fuerzas.


Moisés, David y Elías tienen algo en común y es que los tres pasaron por desiertos en sus vidas, pero esos desiertos solo sirvieron para capacitarlos para la obra que por delante venia.


Así mismo Dios está permitiendo en tu vida esos desiertos porque quiere moldear algunas áreas de tu vida que al ser moldeadas quedaras en perfecto estado para ser usado para una tarea determinada. Solamente no desfallezcas, sigue intentando, búscalo cada día más, aun cuando sientas que las oraciones no pasan del techo de tu habitación, sigue buscándolo porque su Palabra dice: “Clama a mí y yo te responderé” y recuerda que el que pide, recibe.


Nunca te canses de buscar de Dios, de alimentarte de su Palabra, de congregarte y sobre todo de servirle, porque Dios es FIEL en cumplir la obra que comenzó en ti.


Que esos desiertos que estas pasando solo sirvan como un estimulo para tender la certeza que cuando pase tú estarás listo o lista para ser usado o usada en gran manera por nuestro Creador.



DIOS PUEDE CAMBIAR TU DESIERTO
El único que puede cambiar los períodos desérticos por los que usted atraviesa actualmente es Dios. Él lo dejó bien claro cuando, a través del autor sagrado, afirmó: “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (Isaías 58:11).
Es una promesa y Dios cumple sus promesas. Además, Él puede hacerlo. No descarto que haya muchos métodos para reducir el impacto de las crisis, pero sin duda quien obra de manera eficaz es nuestro Creador. Él, además de sacarnos de los períodos de aridez, cambia las circunstancias y nos lleva por un cambio diferente.
Así que, de entrada, es importante que comprenda que su problema tiene solución...

Es necesario revisar las causas de la crisis
En los momentos en los que sentimos que llegamos al límite de nuestras fuerzas, cuando el borde del abismo está frente a nuestros ojos y nada parece ofrecernos una alternativa, y cuando consideramos que ya agotamos todas las opciones, es necesario revisar nuestra vida.
Lo más aconsejable es dedicar un tiempo prudente, si es posible en la soledad de nuestra habitación, para respondernos los siguientes interrogantes:¿Qué está originando la crisis que padezco?¿En qué momento comenzó?¿Acaso las presiones de quienes me rodean han influido en la decisión de no seguir adelante?¿A quién beneficia mi disposición de abandonarlo todo?¿Ya agoté las alternativas?¿Cuál sería una salida eficaz al laberinto en que me encuentro?
Una vez haya despejado estos interrogantes, recuerde que fracasar o superar la adversidad comienza con una decisión que sólo puede tomar usted.
Un segundo paso es reconocer que humanamente no podrá avanzar mucho en el estado de crisis en que se encuentra. Y el tercer paso es dirigir su mirada a Jesucristo. Al referirse a personas cansadas, casi fracasadas, él formuló una invitación que hoy cobra especial vigencia: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”(Mateo 11:28).

No podemos luchar con nuestras fuerzas
Luchar con nuestras fuerzas, generalmente nos traerá nuevas derrotas. El desánimo y el escepticismo pueden embargarnos. Y en condiciones adversas, lo más probable es que nos cansemos de seguir intentándolo, cualquiera que sea nuestro objetivo, trabajo, meta o sueño.
Un pastor escribió desde el norte de México una carta que revelaba la intención de renunciar a la obra. Tras meses y meses de intenso trabajo, parecía que no ocurría nada. Predicaba de todas las formas posibles, y al parecer nadie se daba por enterado de su labor. Es más, para las gentes, ni existía. Hasta que comprendió que estaba haciendo las cosas a su manera, con sus propias fuerzas y no con las de Dios. Jamás olvide que cuando estamos a las puertas de la renuncia, siempre tendremos la invitación de nuestro amado Señor para seguir esforzándonos...
Cuando sienta que nada vale la pena, aprópiese de esta promesa: “ Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas..., pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como águila; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”(Isaías 40:29, 31). 
La única paz verdadera
Si sometemos a Dios esas crisis o desiertos en los que incurrimos con frecuencia, y pedimos que nos dé la serenidad suficiente para saber encararlas y encontrar una salida al laberinto, recibiremos respuesta. Jamás olvide que la paz verdadera proviene del Creador. Así lo expresó el Señor Jesucristo ante una multitud: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:29).
Para terminar, recuerde que las crisis no duran toda la vida siempre y cuando busquemos un camino para salir de la encrucijada. Ser fiel a Dios no asegura que nunca más experimentará desiertos, pero sí garantiza que tendrá a quién acudir en busca de ayuda.
 

QUEJAS Y ACTITUDES TERRIBLES EN PLENO DESIERTO


 Texto: Números 11:1
 El desierto es un terrible lugar para visitar y un devastador lugar para vivir. A veces vivimos en desiertos emocionales y espirituales sin darnos cuenta. Sentimos la seca y sin vida experiencia pero olvidamos conectarla con lo que realmente somos y cómo llegamos allí.
Son nuestras actitudes las que nos llevan a experiencias de desierto. Las actitudes son importantes, no sólo las acciones. A Dios le importan tus acciones y tus actitudes.
Desarrollo
Consideremos a los hijos de Israel. Salieron de Egipto y viajaron hasta el umbral de la Tierra Prometida. El viaje les tomó 18 meses y cubrió más de 300 millas. Doce de los 18 meses los pasaron en la base del Monte Sinaí recibiendo los 10 mandamientos.
Allí estaban a unos pocos pasos de la “tierra que fluye leche y miel”. A unos pasos de entrar a la bendición y al gozo que Dios había prometido y Dios les dice que no van a entrar, les dice que deben regresar al desierto y quedarse allí hasta que cada uno mayor de 20 años muera.
5. ¡Eso es un movimiento radical! Hacer desaparecer una generación entera de tus hijos. Dios nunca se enoja sin una razón. El no “pierde los estribos” y después se pregunta qué pasó. Este evento se registra en los Salmos, en los Profetas, en los Evangelios y en las Epístolas (1 Co. 10:5, Heb. 3:7-11,15-18 4:1-3) por lo que debió tener trascendencia y relevancia para nosotros hoy.
Números 13-14 recoge el por qué de esa acción radical de Dios:
a. Los doce espías fueron a la Tierra Prometida y llegaron con las noticias de regreso.
b. Diez regresaron llenos de temor y comenzaron a quejarse acerca de los ejércitos, de los gigantes y de los obstáculos
c.Josué y Caleb trajeron el informe de la minoría: fe y confianza para conquistar la tierra
¿Cómo respondió el pueblo? 14:10: “hablaron de apedrearlos”.¿Qué reflejaba esto? Actitudes de falta de fe, una mala actitud.¿Cómo respondió Dios? Núm. 14:11-12 Un Dios airado se reveló a sus hijos. Moisés interviene, pide misericordia, que no los haga desaparecer de la faz de la tierra y Dios lo escucha.
Pero Dios aún estaba molesto con las actitudes malvadas de sus hijos. Núm. 14: 26-29
Sólo Josué y Caleb entrarían, todos los demás morirían en el desierto. Ver. 31-33 “Ustedes dijeron que yo no los podía hacía entrar, tuvieron miedo de que sus hijos morirían, pues ellos no morirán pero ustedes sí”.
Ver. 34, Vagarían por 40 años, 1 año por cada día que espiaron la tierra, por cada día sin fe, por cada día de queja, por cada día de murmuración y por cada día de crítica.
Ver. 35 “Quiero dejar bien claro cómo me siento por esto”.
Podemos argumentar, pero Dios es un Dios de gracia, compasión y bondad, ¿qué puede empujarlo hasta esos extremos?
Las murmuraciones y las quejas de su pueblo. Núm.14:27
Cuando una palabra suena como es, se llama onomatopeya, por ejemplo: cuac, cuac, miau, miau, bla,bla, bla, yapi, yapi. Cuando nos quejamos eso es lo que escucha Dios, un sonido repetitivo y molestoso que “lo vuelve loco”. Dios aborrece, detesta esa actitud de contradicción, duda y rebelión. No la tolera.
Si decidimos o escogemos el murmurar y el quejarnos como nuestro estilo de vida, ¡entonces de regreso al desierto vamos!Las malas actitudes hacen de la vida una experiencia seca, dura y sin gozo. ¿Se ha sentido alguna vez así? ¿Como si su vida está falta del gozo y la plenitud que usted desea? ¿Cómo que se está perdiendo de la clase de vida abundante que la Palabra de Dios promete?
Necesita recordar esta verdad: Aquellos que escogen la queja y la murmuración como sus estilos de vida pasarán sus vidas en el desierto.
Las malas actitudes después de reconocerlas hay que reemplazarlas con las actitudes que Dios ha diseñado para que puedas vivir en la Tierra Prometida. Identificamos una mala actitud y la desechamos, identificamos una buena actitud y la adoptamos.
1 Cor. 10:7-8 No adopten una mala actitud como ellos allá en el desierto o se les estarán uniendo en su peregrinaje.
¿Cómo comenzar a lidiar con mis actitudes?
a.decidiéndose a creer que las actitudes son críticamente importantes para tu vida
b.entendiendo que las actitudes son sumamente importantes para Dios
c.entendiendo que hay serias consecuencias de “desierto” para los que escogen actitudes incorrectas
d.decidiéndose a cambiar las actitudes que sea necesario cambiar
e.entendiendo que no puedo cambiar mis actitudes sin la ayuda de Dios
f.disponiéndome a estudiar la Palabra de Dios para aprender qué actitudes necesitan cambiar y cómo empezar a hacerlo
Todos nos quejamos más de lo que nos gusta admitir. Nos quejamos cuando expresamos resentimiento por las circunstancias que están más allá de nuestro control y por las cuales no estamos haciendo nada.
El quejarnos no cambia nada, sólo satisface nuestra naturaleza pecaminosa. El quejarnos libera “energía emocional negativa” en una manera que provee alivio momentáneo de una situación o circunstancia que quizás sea frustrante para nosotros.
Núm. 1:1, quejándose, murmurando, lloriqueando, refunfuñando y Dios envió fuego del cielo. Escogieron quejarse, o sea que escogemos nuestras actitudes. Ellas no nos escogen a nosotros, nosotros las escogemos, las seleccionamos a ellas. ¡Nuestro problema de actitud está frente al espejo!
Núm. 1:1, el pueblo, nuestros problemas de actitudes no los podemos adjudicar a nadie, no podemos excusarnos diciendo: “es la actitud de mi mamá la que heredé”, “es culpa de mi papá que yo sea así”, “es mi jefe”, “es mi vecino”, “son mis circunstancias”. Escogemos las actitudes a asumir frente a lo que nos rodea.
Los israelitas tenían buenas razones para no quejarse, tenían más que suficientes razones para estar agradecidos, sin embargo, escogieron la actitud de la queja.
¿Se acuerdan del informe de los espías? El pueblo escuchó el informe de la mayoría y el informe de la minoría, ¿y qué hicieron? Decidieron.
Hemos hablado de actitudes, pero no hemos definido lo que son actitudes:
a.actitudes son patrones de pensamiento- desarrollamos una manera de pensar acerca de las cosas , una manera de enfrentar la vida.
b.Actitudes son patrones de pensamiento que se formaron por un periodo de tiempo largo. Los israelitas súbitamente no comenzaron a quejarse en el desierto, se quejaron en Egipto mientras hacían ladrillos. Usted dirá: ¡pero su vida era difícil! Sí, pero muchos antes de ellos y después de ellos en circunstancias iguales o peores, han escogido no quejarse.
c.Las malas actitudes son maneras de pensar habituales y dañinas y a veces no nos percatamos que las tenemos. Nos acostumbramos a reaccionar de una manera específica que nuestras decisiones se vuelven automáticas y creemos que forman parte de nosotros, lo que no comprendemos es que trágicamente las consecuencias son automáticas también.
Al igual que los israelitas al umbral de la Tierra Prometida, usted y yo podemos estar más cerca de lo que creemos a un cambio dramático y que produzca vida y gozo, usted puede escoger rechazar la queja y confiar en Dios.Una verdad crucial acerca de la queja es la siguiente: Quejarse es un pecado. Pecado es errar el blanco, es fallar en relación a las justas y santas demandas de Dios. Nuestra queja nos puede conducir a enojo, amargura y aún depresión.
Cuando nos quejamos, escogemos una respuesta que nos daña en vez de hacernos bien. Te dañas, te perjudicas tú primero. Dios te ama y no quiere que te hagas daño.
Cuando nos quejamos, herimos a Dios. Dios se afecta cuando escucha nuestras quejas y ve nuestras actitudes incorrectas, ¡porque el quejarnos cuestiona la Soberanía de Dios!
Al quejarnos estamos diciendo: !Dios, metiste la pata! Tuviste una oportunidad de llenar mis expectativas, pero no supiste hacerlo, no supiste manejarlo. Buen intento, Dios, estuviste cerca pero no lo suficiente.
Al quejarnos, herimos a las personas que nos rodean.
¿Cómo definimos queja? Expresar insatisfacción con una circunstancia que no está mal o equivocada y por la cual no estoy haciendo nada para enmendar o corregir.Si hay algo de incorrecto y tú expresas insatisfacción, eso no es quejarse. Ejemplo: hacer piquete frente a una clínica de aborto, quejarte por la mala comida de un restaurante, etc.Quejarse es refunfuñar acerca de cosas que no están equivocadas o incorrectas.El no hacer nada por mejorar la situación es otro factor del quejarme.
La queja envuelve circunstancias, situaciones, la crítica envuelve a personas.
Volvamos a Núm. 1:1 Dios escuchó cada palabra de cada quejoso de los hijos de Israel. El estaba allí. Allí estaba la nube de día y la columna de fuego de noche. Dios estaba allí…escuchando y ellos lo ignoraron.
Una y otra vez se lee en la Escritura frases como éstas:
a.”y el pueblo se quejó…”
b.”¿Porqué no podemos tener más de esto?”
c. “¿Y cuándo vamos a tener más de eso?”
d. “¿Porqué no te das cuenta de que yo 
necesito…?”
e. “Tú sabes…”
Escuche estas: ¿Porqué tengo que pasar por esto?, ¿Porqué tengo que soportar todo esto cuando la vida le va tan suave a ellos? Estoy cansado, ¿cuándo esto se va a acabar?¿Porqué mi vida no puede ser más como _________?
Esta continua queja, “bla,bla,bla, yapi, yapi”, sube hasta los oídos de Dios y El responde: ¿Se pueden retirar de Mí con esa queja crónica?
Si usted está vivo, enfrentará alguna medida de adversidad, esto parece sorprenderle a algunos. Tendrá la cantidad correcta de adversidad como para cumplir los propósitos de Dios en sus vidas.
Es nuestra decisión: regocijarnos por todas las buenas cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas o quejarnos acerca de esa sola cosa, cualquiera que ésta sea.
Al quejarnos estamos rechazando la gracia que puede ayudarnos a través de esa situación.
Considera esto: Esa misma adversidad de la cual te quejas frecuentemente es lo que Dios quiere usar para mantener tu corazón cerca de El. En su gracia, permite la adversidad para atraernos cerca de El.
Lo malo no es la adversidad sino nuestra respuesta a ella. ¡Es nuestra actitud!
Conclusión
Dios oye nuestra queja y le desagrada. Nuestras quejas le rompen el corazón, le golpean Su rostro e insultan Su gracia.

LO HERMOSO EN EL DESIERTO

El día en que la crisis termina y el cielo se despeja podemos comprender que aquello que nos parecía tan difícil se transformó en un lugar de bendición.
El viento soplaba sin piedad sobre la cima del monte. La figura de Abraham se recortaba sobre el horizonte casi suspendido sobre su bastón arqueado. Acaba de arribar a lo más alto de Moriah, y se siente fatigado.


El patriarca comienza a sentir que finalmente Dios no intervendrá. Que no llegará a tiempo, no está entre sus planes ayudarlo a salir de esta crisis. Pero también está consciente de que es hora de construir el altar. El hombre se hará cargo de las piedras más grandes y el muchacho de las más pequeñas. Mientras hace el último esfuerzo por levantar cada roca, siente que Dios está más lejos que de costumbre. Que el Creador ha decidido ignorarlo arbitrariamente. Tiene la amarga sensación de sentirse solo en medio de la nada.


También cree que ya es hora de decírselo al muchacho. Durante tres días ha estado meditando cuáles podrían ser las palabras correctas. Cómo decirle a la razón de su vida que debe asesinarlo, y lo que es mucho peor, en nombre de Dios.  – Isaac, ven aquí, tenemos que hablar... –dice, como interrumpiendo sus propios pensamientos que no le han dado tregua.  El muchacho es inteligente y sagaz. Sabe que algo anda mal, y le parece sospechar de qué se trata. – No tienes nada que decirme, papá – dice–  sé lo que vas a decirme, y puedes contar con que lo entenderé. ¿Querías ver un hombre asombrado? Aquí lo tienes.  – ¿Quieres decir que todo el tiempo sabías lo que estaba ocurriendo? – pregunta el incrédulo Abraham. – Por supuesto. Aun cuando intentabas hacerme ver que tenías todo bajo control, yo sabía que algo no estaba bien. Sé que te olvidaste el cordero, y pensabas que Dios iba a proveerlo. Pero no tienes de qué preocuparte, puedo bajar y regresar por uno. Abraham cree que la vida le está haciendo una broma de mal gusto. – No se trata de un problema de mala memoria. No podría olvidarme del cordero. Tú sabes que siempre he tratado de tener todas las respuestas, pero no creo que vayas a comprender lo que tengo que decirte.  El muchacho está petrificado. Nunca ha visto a su papá tan serio y preocupado. Abraham abre su boca, pero no logra encontrar las palabras adecuadas. De todos modos, el muchacho ya leyó los ojos de su padre. No hacen falta las palabras. – ¿Vas... a… sacrificarme a mí? –pregunta con la voz entrecortada. El hombre asiente con un ligero movimiento de cabeza. Ahora se funden en un silencioso abrazo. Esto acaba de conmover los cielos. Miguel está desesperado y ansioso. Mientras tanto, Dios sigue observando con detenimiento. – Déjame bajar – implora Miguel–  ¡Va a matar a su hijo! – Aun no – dice el Señor–  sé cuál es el límite de mi siervo, estoy seguro de que podrá soportar un poco más.  Abraham sabe que el muchacho no se resistirá al sacrificio. Así que saca una soga y le pide a Isaac que junte sus muñecas y tobillos. El niño obedece, mientras solloza casi en silencio. Abraham no la está pasando nada bien maniatando a su hijo. Ahora sí hay una gran revolución en el cielo. Unos tres mil ángeles contemplan el patético cuadro en el solitario monte Moriah. – ¿No sería conveniente que baje? –pregunta Miguel mientras hace el ademán de querer descender. Dios levanta su mano y le dice: – Aún no. Mi siervo puede soportar un tanto más. Sé que puedo confiar en él. Isaac ya está atado, y ahora su padre lo carga como si fuese un bebé y lo deposita en el altar. El niño no ha parado de llorar amargamente. No quiere morir. – Hijo, si deseas decirme algo, creo que este es el momento –dice el patriarca. Siempre tuve dudas de cuáles pudieron ser aquellas últimas palabras del muchacho. – Solo hubiese preferido que me lo dijeras cuando salíamos de casa. No me despedí de mamá como habría querido. Apenas le di un beso… y la extraño mucho. Las palabras de su hijo terminan por quebrar al hombre. Ya no puede fingir que todo está bajo control. Ya en ese momento unos siete mil ochocientos ángeles contemplan la escena. Pocas veces el cielo estuvo tan conmocionado. Miguel está asustado. – Va a matarlo – dice–, sé que lo hará y no podré llegar a tiempo. – Llegarás –responde suavemente el Señor.  Abraham siente que una parte de él también ha de morir junto con el muchacho. Considera que hubiese sido mejor no haber conocido al muchacho.  – ¡Papá! ¡Tengo algo que decirte! –implora desesperado–. Vas a matarme y aún no hemos adorado. Prometiste que adoraríamos.  Se nota que es inmaduro y que la vida no tuvo tiempo de enseñarle cuándo es que alguien debe cantar. Uno suele cantar en el servicio de los domingos, no luego de enterarse los resultados negativos de un examen médico, o cuando una enfermedad sigue latente o cuando las deudas lo arrastran a la quiebra. Abraham no quiere cantar, no tiene ganas. No hay ánimo para celebración, pero aún así, sabe que no puede negarle un último deseo a su hijo.  En la Tierra nunca sabremos qué canción entonaron, pero siempre imaginé que, de haberlo sabido, habrían elegido el himno Cuán grande es Él. La voz del niño comienza a fundirse con la de su padre. Dios está sonriendo. – Escuchen –dice–. Este era el propósito de la crisis. Qué diferente suena a muchas canciones huecas y religiosas del domingo. El murmullo de los ángeles ha cesado por completo. La prueba tenía su fecha de vencimiento. Había una hora, un momento y lugar en los que debía finalizar la crisis. Era exactamente cuando comenzaron a cantar. Sé que lo has oído decenas de veces. Me refiero a la idea de alabar en medio de la angustia. Al igual que Abraham, no sospechabas que cuando lo haces en medio de la noche más oscura de tu alma, tienes al mejor público que un artista jamás ha soñado: al mismísimo Dios y millares de ángeles. Abraham se despide del chico con un beso en la frente.  Es entonces cuando Dios le dice a Miguel que detenga la muerte del pequeño. Miguel comienza a descender a la velocidad de la luz.  Abraham levanta el cuchillo mientras que Isaac cierra los ojos para no ver el impacto. Justo cuando todo el monte oye el grito de un ángel. El patriarca detiene el puñal apenas unos pocos milímetros antes del pecho de su hijo. – Tengo un mensaje de Dios, no tienes que matarlo. Él dijo que conoce que lo temes, porque no le has negado a tu único hijo. El hombre desata al niño que, confusamente, llora y ríe a la vez.  Y la potente voz del cielo vuelve a oírse. Pero esta vez es el Amigo. Le habla de multiplicación y de bendiciones.– Tus hijos serán como la arena que se encuentra a la orilla del mar.
No cualquier arena. No está hablando de esos granos desérticos y pedregosos del solitario desierto de la prueba, sino de aquella arena húmeda en la que podrá recostarse tranquilamente a descansar. Mientras abraza su hijo, Abraham vuelve a llorar. Pero estas son lágrimas distintas. Ya no hay dolor en el corazón del viejo patriarca. Son lágrimas de quien ha terminado una crisis y recibe en mano su diploma de honor. 

Tomado del libro: Las arenas del alma de Editorial Vida, y otros.

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